Este libro no se une a los golpes contra el arte contemporáneo intentados por infinidad de detractores alrededor del mundo ni se trata de tentativa de ataque alguna, sino de un análisis de la situación en que se encuentra dicha expresión artística, ligada a su tiempo y, por lo tanto, irremediablemente destinada a tener un fin. Incluso, se trata de una forma de defensa, llamando la atención sobre su especificidad, dando cuenta de lo que nos ha servido y lo que nos puede aportar, a sabiendas de que precisamente su riqueza reside en que no es para siempre. Por otra parte, el arte anacrónico, sin importar si está clasificado como contemporáneo o no, abre la posibilidad a pensar otros tiempos, o más bien, a pensar el tiempo de otras formas, infinitas... No se trata de una propuesta para renovar el arte ni tampoco de marcar el comienzo de otro periodo. Probablemente es verdad que es efecto de un hartazgo que solo pudo ser provocado por la expansión global de un mote como el del “arte contemporáneo”, del cual —no es un secreto— se ha abusado demasiado. Pero aun así, vale la pena insistir en que no sería en todo caso un impulso reactivo el que me lleva a formular este texto. Al contrario, la del arte anacrónico justamente se trataría de una fuerza activa e irruptiva que serviría para quebrar el caparazón aparentemente infranqueable del arte contemporáneo que ha pretendido contenerlo todo dentro de sus cubos blancos de supuesta neutralidad.